A
mí me da igual que a la gente le guste el fútbol; que el
Ayuntamiento de Huelva quiere gastar un pastón en el Recreativo...
voy a decir que a mí ni fu ni fa, haciendo de corazón: tripas. Hubo
un tiempo en el que la "intelligentsia" de este país se
las daba de antifutbolera (y antifolklóricas, antisemanasanta,
antirrocío, antitoros...), pero hoy, cuando algunos de nuestros
poetas más conocidos y progres se desgañitan por el Glorioso, todo
eso está demodé. Yo sigo con cara de sorpresa por ver lo que el
fútbol mueve. Y sí, lo siento, creo que es uno de esos opiáceos
que nos administran, por nuestro bien, claro.
Repito,
el Ayuntamiento gasta lo que no tiene en el Recre: allá él, cada
político hace con nuestro dinero lo que quiere, ¿no?, así están
las cosas. Quiero creer que lo hace convencido de la bondad de un
gesto como ése. La Diputación se suma y fundaciones de cajas a
extinguir, controladas por ellos mismos, también ponen nuestro
dinero... Lo que me pregunto es si lo pueden ofrecer a su electorado
como algo justificable teniendo en cuenta los expolios arqueológicos
en la capital, la situación de los restos romanos, el lamentable
estado de Fuentepiña o las penurias sempiternas de la Fundación
Zenobia-Juan Ramón Jiménez, las promesas incumplidas del Banco de
España, del edificio de Santa Fe... La respuesta es sí, un
Ayuntamiento como el de Huelva sabe que a la gente le importa un
carajo un poeta premio Nobel pero asaltaría y quemaría el
Consistorio por el Recre.
La
verdad es que esto de atribuir la representatividad de una ciudad a
un club de fútbol me parece estupendo, para quien quiera tragárselo;
hacerlo oficial con mi dinero público creo que es jugar a mantener
lo dado para no tener problemas, y los alcaldes saben lo que hacen,
no he visto muchas peleas multitudinarias o manifestaciones en las
puertas del Thyssen o del Prado en Madrid, pero las imágenes de la
Eurocopa de criminales arrasando y masacrando a todo lo móvil a sus
alrededores deberían ser suficientemente elocuentes como para que la
autoridades públicas con responsabilidad decidieran mantener ese
monstruo al menos contenido.
Sin
embargo el poder se mueve en los palcos de los estadios de fútbol, y
cada ciudad, cada pueblo tiene el suyo. Si comparamos las
instalaciones deportivas dedicadas al balompié con la inversión
cultural en cualquier pueblo de la provincia de Huelva, entenderemos
la idiosincrasia de un país embrutecido, tolerante con las deudas
públicas de quienes manejan el cotarro futbolero, capaz de pagar
conferencias a lerdos que se autoproclaman periodistas, un país que
sólo lee la prensa deportiva, que se detiene cuando hay partido
gordo, que discute de fútbol como a quien le va la vida, que
ningunea todo triunfo deportivo que no sea futbolero y de tíos; iba
a preguntarme cómo hemos llegado a esto, pero don Gabriel Cruz, o
nuestro siempre amado Rodri, y tantos otros, lo saben perfectamente.
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