martes, 14 de julio de 2015

La pinza

LA PINZA, Huelva Información, 29-6-15



El conocidísimo don José Miguel Monzón Navarro aclaraba con acierto, presentando las memorias de un músico norteamericano, que la libertad de expresión solemos entenderla "como la posibilidad de decir" y eso, concluye, es falso: consiste en que "lo que tú digas no sea punible". Estoy de acuerdo con él, es muy sencillo de comprender, nadie puede estar cohartado por lo que piensa o exclama, nadie previamente puede ser juzgado por lo que va a expresar... Esto no niega la calumnia o la injuria, porque el único límite a la expresión está en la denuncia de un posible agredido y, en un Estado de Derecho, es un juez quien decide si ha existido una intención de hacer daño o no, nadie más.
El buen gusto es un concepto subjetivo que no puede formar parte de una Ley bien redactada, salvo si tiene la intención de oscurecer el cumplimiento y el juicio. No hace falta ser jurista para saber que cuanto más nítidamente fluya la información de un código legal, menos arriesgada es su interpretación. Esto tampoco es impedimento para que la oportunidad sea un distintivo de la persona educada, sabia y respetuosa.
¿Qué ocurriría si no pudiéramos hablar, analizar, fantasear, desvariar o bromear sobre cualquier acontecimiento? Hace falta ser muy hipócrita, en un país donde todos hemos oído y contado chistes de cojos, gangosos, maricones, enanos, leprosos, niños, policías, coitos anales, felaciones, borracheras, drogadictos, moribundos, cornudos, muertos de hambre, toreros cagados, bizcos, tuertos, mudos, tartamudos, presos, esclavos, negros, un portugués, un inglés, un alemán y un chino, loros, toros, moros, sudacas, el tonto del pueblo, el francés, uno que se cae, un quemado, grandes falos o tetas enormes, ciegos, pobres, maestros tontos, gitanos, payos, lerdos, eruditos, viagra, científicos extraviados, concejales... ¿Imaginan un carnaval sin ese imaginario? ¿Unas cervezas sin reírse de alguien?
No conozco absolutamente a nadie que no haya lanzado carcajadas ante burradas sonrojantes. A nadie. Debo ser muy raro. Y yo soy especialmente cafre. No sé qué pasaría si alguien revisara mi currículo de barbaridades proferidas; la verdad es que no me fío de los circunspectos, con la edad cada vez entiendo menos la privacidad como un derecho y más como un límite impuesto por una educación basada en la frustración de la singularidad. La corbata y el traje, el bolso y los tacones no me inspiran más confianza que un "piercing" o un tatuaje en el sobaco. Es el saber, es la complejidad de las opiniones, el criterio estético o la sinceridad y el compromiso con las ideas lo que me lleva a admirar y respetar. El estiramiento suele ocultar ignorancias, incompetencias o, más frecuente aún, situación de privilegio a la que no se quiere renunciar.
Se nos va la pinza. ¿Vamos a prohibir pensar o decir? Sepulcros blanqueados llenos de corrupción. Hipócritas. El insultado que denuncie, dejen la libertad en paz. Se nos va la pinza.

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