martes, 14 de julio de 2015

De taberna

DE TABERNA, Huelva Información, 13-7-15



Reverbero atlántico de sol, Moguer a las cinco en punto de la tarde tiene la misma belleza silenciosa del campo; hierve la cal y las rejas reflejan la calor como si dejaran algo de la vida de las casas. Paseo y veo con sosiego que la Iglesia de la Granada ya está en restauración, es una iglesia hermosa con el interior destrozado por alguien con Titanlux, no sé por qué nos reíamos de aquel Ecce Homo cuando las iglesias de los pueblos están llenas de horrores sin sentido religioso, perdido ya en los preludios del Vaticano II, que tuvo su mérito pero también nos condenó a la ignorancia del ritual. Moguer sigue teniendo esa vida para dentro de patios interiores entrevistos por las cancelas desde los soportales; es una lástima que JRJ haya terminado convirtiéndose en Platero, porque ese pueblo debería ser la cuna de la poesía americohispana, su hijo mejor fue un antes y un después en la historia de la lírica.
Paro en La Taberna del Libro. Está oscura, contraste con la calle blanca. Desde el interior José Manuel Alfaro avisa de su inminente aparición y se coloca tras el mostrador sonriente y agradecido, fondo de bolis, lápices, cartulinas y gomas de borrar que le dan empaque de empresario con pies posados; al otro lado, libros, libros, libros, y una cápsula fuera del tiempo llena de caldos tintos, blancos y rosados, y aceites de la provincia todos hermosamente deliciosos como si la rama de la olivera pudiera comerse. Más allá, lecturas para niños y, también aparte, en un cuarto de baño con todos sus avíos, la Poesía... tentando. Porque la Taberna es una casa reconvertida en tienda para todo lo necesario, aunque echamos de menos un obrador de pan bueno para mojar el aceite acompañando al vino leyendo un libro en su saloncito dispuesto para el paisanaje que quiera parar un momento.
Alfaro habla por todos los cóndilos, incluidos los codos. Y lo hace con alegría; salimos al patio-rebotica donde Filomena nos atiende, la gata parida, y tomo café y mi hijo y él agua helada, la parra sobre nosotros dando un negror verde que enfría. Repasamos la literatura mala y, algo, la buena, y todo es comercio, estrategia y un querer situarse y nos confesamos los pinitos en letras, él novelista en ciernes, yo... qué sé yo, y hablamos del proyecto de librería poética y de revista de Javier Sánchez Menéndez y lo maldecimos alabando su entrega y sacrificio, por pura envidia, sangre de los artistas.
Al salir quiero volver y él me anima; me avergüenza no gastar allí medio sueldo en alimentos, a ver si nos aumentan en el periódico... Y como otro amigo, Manuel, quiere comer conmigo y con Lauro en Mazagón y siempre me dice que nunca hago un artículo sobre algo bueno: le recuerdo que esta Taberna tiene sucursal en esa playa. Así se veranea.

No hay comentarios:

Publicar un comentario