Europa
va perdiendo sus señas de identidad. La Libertad, Igualdad y
Fraternidad, esa imagen de intelectualidad reflexiva y comprometida,
esa historia de nuestra cultura que ha sido el motor del mundo en los
últimos siglos, para bien o mal, se disuelve empós de una
entelequia que nadie ha conseguido ver: la llaman los mercados.
No
podemos sustraernos a una realidad en la que la competitividad es la
sangre del sistema. Pero deberíamos elegir entre ser una referencia
mundial en democracia, libertades, derechos, equilibrio económico,
justicia, o acabar siendo un parque temático para que
norteamericanos y, sobre todo, orientales vengan a ver lo singular de
un mundo de cartón que ya no existe o tuvo su momento, una especie
de Isla Mágica de la Política y la Historia en la que trabajaremos
de hamburgueseros o animadores de ésos que nos mirarán a través de
la lente de su cara cámara.
En
Grecia hemos visto esta nueva realidad. La democracia y sus métodos,
lo que representan y sus aspiraciones, todo ha sido conculcado por
ese sentido común, esa sensatez de lo político que, al parecer, es
el mercado. Somos presos de sus reglas y sus vaivenes. Nuestros
políticos, incluidos los griegos, sólo pueden asumir la verdad
omnímoda del dinero y sus intereses; el triunfo del neoliberalismo
es absoluto. Sólo hay que mirar a dirigentes sin discurso, como
Mariano Rajoy o De Guindos, haciendo el ridículo europeo de ser más
fieles a sus mandamases que los propios dueños del cotarro; Merkel
se lo puso claro y me sorprende que sus declaraciones no hayan sido
un escándalo en España, el modelo griego es el nuestro y el
portugués, que ya hemos pasado por lo mismo y estamos en la senda
del orden. Más claro: agua; fuimos intervenidos a mayor gloria de
Alemania y lo que ella representa: el poder internacional del dinero.
Ya
lo he dicho muchas veces: nos falta izquierda. Tsipras ha sido una
tentativa frustrada casi al nacer, porque el único camino es
reivindicar la política no como gestión sino ordenación del flujo
económico. Esto es la izquierda, lo demás son martingalas. Da la
impresión de que la izquierda ha durado en Grecia el tiempo en que
negoció Varoufakis, que crece como un gigante europeo de la política
frente a los gestorcillos de orden que nos dirigen; no sólo pagar,
sino exigir responsables... Con tristeza asumimos que conforme los
movimientos sociales se convierten en partidos (con aparatos), la
justicia y la igualdad saltan por la ventana.
No
necesitamos una clase de altos funcionarios que decidan nuestro bien
y nuestro mal; política y burocracia no se pueden confundir. Estamos
en la era de las inercias, del conservadurismo, el show debe
continuar es el lema; y ya no caben revoluciones pero sí una
oposición. O volvemos a decidir, a la política como posibilidad de
futuro y de cambio, o Europa ha muerto. Como dijo aquel álter ego de
Machado: Apaga y vámonos.Europa
va perdiendo sus señas de identidad. La Libertad, Igualdad y
Fraternidad, esa imagen de intelectualidad reflexiva y comprometida,
esa historia de nuestra cultura que ha sido el motor del mundo en los
últimos siglos, para bien o mal, se disuelve empós de una
entelequia que nadie ha conseguido ver: la llaman los mercados.
No
podemos sustraernos a una realidad en la que la competitividad es la
sangre del sistema. Pero deberíamos elegir entre ser una referencia
mundial en democracia, libertades, derechos, equilibrio económico,
justicia, o acabar siendo un parque temático para que
norteamericanos y, sobre todo, orientales vengan a ver lo singular de
un mundo de cartón que ya no existe o tuvo su momento, una especie
de Isla Mágica de la Política y la Historia en la que trabajaremos
de hamburgueseros o animadores de ésos que nos mirarán a través de
la lente de su cara cámara.
En
Grecia hemos visto esta nueva realidad. La democracia y sus métodos,
lo que representan y sus aspiraciones, todo ha sido conculcado por
ese sentido común, esa sensatez de lo político que, al parecer, es
el mercado. Somos presos de sus reglas y sus vaivenes. Nuestros
políticos, incluidos los griegos, sólo pueden asumir la verdad
omnímoda del dinero y sus intereses; el triunfo del neoliberalismo
es absoluto. Sólo hay que mirar a dirigentes sin discurso, como
Mariano Rajoy o De Guindos, haciendo el ridículo europeo de ser más
fieles a sus mandamases que los propios dueños del cotarro; Merkel
se lo puso claro y me sorprende que sus declaraciones no hayan sido
un escándalo en España, el modelo griego es el nuestro y el
portugués, que ya hemos pasado por lo mismo y estamos en la senda
del orden. Más claro: agua; fuimos intervenidos a mayor gloria de
Alemania y lo que ella representa: el poder internacional del dinero.
Ya
lo he dicho muchas veces: nos falta izquierda. Tsipras ha sido una
tentativa frustrada casi al nacer, porque el único camino es
reivindicar la política no como gestión sino ordenación del flujo
económico. Esto es la izquierda, lo demás son martingalas. Da la
impresión de que la izquierda ha durado en Grecia el tiempo en que
negoció Varoufakis, que crece como un gigante europeo de la política
frente a los gestorcillos de orden que nos dirigen; no sólo pagar,
sino exigir responsables... Con tristeza asumimos que conforme los
movimientos sociales se convierten en partidos (con aparatos), la
justicia y la igualdad saltan por la ventana.
No
necesitamos una clase de altos funcionarios que decidan nuestro bien
y nuestro mal; política y burocracia no se pueden confundir. Estamos
en la era de las inercias, del conservadurismo, el show debe
continuar es el lema; y ya no caben revoluciones pero sí una
oposición. O volvemos a decidir, a la política como posibilidad de
futuro y de cambio, o Europa ha muerto. Como dijo aquel álter ego de
Machado: Apaga y vámonos.
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