Intelectualmente
soy un caos, jamás entendí la especialización pero sí la
erudición intencionada, hoy tan en descrédito. Aquello que me ha
interesado lo he perseguido hasta dar con las respuestas suficientes
(nunca todas) para acallar mi curiosidad. He ido por libre, y me
alegro. Lo que les voy a contar debería interesar a cualquier
persona sensata y, aunque complejo, merece el esfuerzo.
Llevo
años intentando explicarme de dónde sale tanta estupidez humana; la
respuesta es sólo una: de nuestro cerebro... pero no es tan fácil.
En los últimos tiempos me he ilustrado con los libros divulgativos
de Francisco J. Rubia, Catedrático Emérito de Medicina de la
Complutense y uno de nuestros neurocientíficos más prominentes.
Actualizado y especialmente relevante es El
cerebro espiritual,
siendo éste de lo divino asunto recurrente en sus estudios y tratado
con suma pulcritud y seriedad.
El
profesor Rubia es una especie de Nietzsche redivivo, un Freud
renovado, porque su tesis principal es la reivindicación de lo
llamado con desdén “irracional”, las funciones inconscientes del
cerebro humano que suponen un 98% de su actividad en cada instante y
son curiosamente comunes al resto de animales con encéfalo parecido:
el mundo de los deseos, las emociones, los afectos, el sexo, la
supervivencia, el placer, la desinhibición, vamos: la amoralidad. Se
encarga de estas labores el sistema límbico, que controla nuestro
cuerpo por medio de respuestas emocionales; este cerebro “animal”
ha sido evolutivamente trasladado a un segundo plano de la
consciencia porque fue útil para la supervivencia del robot para los
genes que somos (Richard Dawkins "dixit"), pero en realidad
es lo que somos. Es decir, contrario a lo que pensábamos, nuestra
"superioridad racional" no es más que la treta de un
sistema nervioso que probablemente consumió hace millones de años
alucinógenos que alteraron nuestra visión de la naturaleza,
favoreciendo por azar las posibilidades de sobrevivir. Pensemos que
no somos más que una reacción química que busca estabilidad.
Nuestros sentidos, dice el profesor, no tienen como misión
primordial mostrar el mundo sino pervivir en él.
Rubia
mantiene que la mitología, esto es, las narraciones religiosas
todas, son la huella de esas transformaciones biológicas, con sus
historias de división de la unidad primordial en parejas
antagónicas, la aparición de la palabra creadora o la descripción
de la caída del Paraíso a través del conocimiento o la técnica...
No son nuevas sus tesis, pero sí interesante fundamentarlas en
nuestra estructura anatómica y evolutiva. La Cultura no es más que
el anhelo, el malestar por nuestro alejamiento de la vida sin la
regulación del pensamiento racional, en su sentido pleno. Por eso no
satisface, es dulcemente melancólica.
Pero
su idea más reveladora quizá sea la de equiparar la revolución
copernicana del Renacimiento (paso del geocentrismo al
helioestatismo) con el cambio de paradigma actual en la neurociencia,
el abandono del egocentrismo; el yo controla parte de la consciencia
y el lenguaje pero no explica nuestros actos, sino al revés: buena
parte de lo que queremos, hacemos o recordamos son ficciones para
justificar lo que nuestro cerebro hace, llamamos realidad a lo que
conviene a nuestro encéfalo, preso de una tormenta química
permanente consigo mismo y con su entorno... Cuando dejemos a un lado
ese yo, ficción espiritual (alma lo llaman), podremos acceder a una
nueva visión de lo real, donde el sujeto como individuo que se
impone debería ser más consciente de su inconsistencia, de lo
veleidoso de sus razones, de la fragilidad de sus certezas, de la
inverosimilitud de la mayor parte de sus creencias, un mundo al fin
sin Dios ni orden ni moral preestablecidas, donde la libertad
consista en el respeto mutuo y no en utopías mitológicas. El
análisis crítico del deseo y el placer debería retrotraernos a un
hedonismo diferente, en el que el cuerpo y el momento se impondrían
al poder y el dinero como sustitutos de la sexualidad y el afecto.
Volver
a lo básico quizá nos ayude a cambiar el hecho estúpido de que un
1% de la población mundial posea tanta riqueza como el otro 99%;
siempre hablo de conocimiento y consecuencia, saber o cambia la
visión de la vida o es erudición a la violeta. Hubo un tiempo en el
que los intelectuales tenían influencia en lo público, cuando
participaban de la política llegaban para aplicar sus conocimientos;
hoy abunda el pseudoerudito que no se entera de nada por bien vestido
que vaya, el pensador tiene la obligación de denunciar y exponer las
consecuencias de lo que sabe, por eso ahora debemos pelear en todos
los países contra la formalidad inútil del poder, por elevar la
Enseñanza a los primeros puestos de las necesidades de la sociedad,
por evitar la ascensión imparable del Capital como Dios invencible
de las relaciones humanas, por una desaceleración de la economía
que permita mantener la vida en este planeta, un mundo nuevo
espiritual pero no religioso... no es cosa de locos, de locos es
creernos este gran engaño evolutivo del yo egocéntrico, egoísta,
deseoso de la eternidad hipotecando el único tiempo que podemos
vivir, buscando poseer... para nada; morimos ineluctablemente, por lo
visto. Quizá por eso nuestros políticos son tan conservadores, no
quieren cambios; deberían leer más y con más provecho.
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