Un
poco a rastras, me acerqué el sábado al Mosquito, en Punta Umbría,
a ver a Diego Guerrero con Jorge Pardo; Guerrero es cantaor, capaz de
meter unas letras bien construidas y con sentido poético (cosa rara)
en sus melodías flamencas, pero con armonías inesperadas y muy
complejas, rezuma talento total como no suele verse por estas
tierras, más dada a virtudes sueltas; hablo con mi amigo Juanini
Jr., músico de familia y kilómetros, y sentencia: "Pardo no se
va a ir con cualquiera"; el resto de músicos, al nivel, pero no
creo que se enfaden nuestros paisanos si nos paramos un segundo a oír
a Jorge Pardo... cuando uno sale al lado de una leyenda, todo es
bueno pero aspiramos, como una luna, a reflejar la luz que ese sol
emite.
Pardo
salió a un escenario donde parte de un público muy poco respetuoso
impedía la intimidad. Guerrero ya había sabido manejar el tercio
bien, sacando punta a las bolas de billar, sólo con su guitarra y su
voz, fue apagando la estupidez de los que no ven más allá de su
nariz. Pero Jorge Pardo inundó de autoridad el escenario, dijo tres
palabras y al primer soplo de su flauta la música comenzó a fluir
por la playa entre el público. Hizo unos glisandos, convirtiendo su
flauta en un nay oriental, y comenzó un recorrido
melódico-planetario que partió de las zonas hoy en conflicto por un
petróleo disfrazado de Islam, hasta llegar al flamenco más
verdadero que, en mucho tiempo, he podido asimilar. El asombro del
público era patente, su manejo de las melodías, del ritmo y hasta
de la armonía, a base de soplos e insinuaciones vocales con el
micro, hizo el milagro... y Diego Guerrero estaba ahí resistiendo
con altura, lo que habla de su calidad.
Pero
estas letras no son sobre música sino sobre una fotografía. Porque
Pardo me hizo pensar lo hermoso de nuestras culturas, cómo cuando el
artista construye conscientemente sobrepasa lo folklórico y se
instala en esa Belleza que hermana a lo humano. Leía a Albert Camus
esa misma tarde hablando de la tierra de Europa: "[…] en la
que desde hace veinte siglos prosigue la más asombrosa aventura del
espíritu humano"; Camus opone su discurso, en los días del
final de ocupación alemana, al del imperialismo nazi, reivindicando
no el tradicionalismo rancio cristiano de la paz y la moral, sino el
absurdo de un mundo sin orden en el que los seres humanos hemos
tenido que construir un motivo para poder ser felices: esto es,
quiere que esa misma razón humana que ha desembocado en la barbarie
sea redirigida para construir una civilización —humanista—
a fin de que "[…] los hombres recobrasen la solidaridad para
entrar en lucha contra su indignante destino".
Mi
foto, vista en la prensa, muestra una panorámica de un mar
Mediterráneo azul repleto de cabezas de gente que flota aguardando
la salvación; son cientos, como hormigas anegadas por la leche que
las atrajo a la despensa. Me pregunto qué Europa de mierda estamos
construyendo, nosotros, los que tenemos la riqueza y la cultura para
pensarla... "Europa es para ustedes ese espacio rodeado de mares
y montañas, perforado de minas, cubierto de mieses, donde Alemania
juega una partida en la que lo que está en juego es su destino"
espeta Camus a un amigo alemán a finales de 1944, descripción
literal de la Europa de hoy.
Pardo
y Guerrero me hicieron ver más que nunca la necesidad, frente a los
agoreros de la Luces, de reivindicar la inteligencia, la utopía como
motor, la esperanza, y eso sólo se hace con el pensamiento y la
ilusión, el amor es un motor que cuando ya no da para otro paso: ha
muerto. Éstos que enarbolan la bandera del pragmatismo nos están
haciendo colaboracionistas de un régimen responsable de crímenes de
lesa humanidad, tanto en los países de origen de la miseria como en
ese mar que ha devorado ya a miles de personas, inocente como un
perro adiestrado para matar. Viva el arte, el pensamiento, la utopía:
abajo los nuncios de la muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario