lunes, 4 de julio de 2016

Hielo en el corazón, 28-9-15

Me da igual el resultado de las elecciones de anoche. Sólo voy a expresar mi hartazgo, por no describir las arcadas que me produce todo nacionalismo. Porque yo, como Trueba, sólo me he sentido español cuando la ignorancia y la falta de experiencia me permitían tener fes como quien respira, como si no hubiera otras opciones.
La unidad de España me parece un requisito legal, por tanto, como todo lo humano, modificable. La Constitución nació podrida con esta tontería de la autonomías, un proceso en el que las dos llamadas históricas, porque sin artificios no hay más, han ido tirando hasta romper el chicle, una con un amparo paramilitar y la otra con su paraguas de votos magnificados que le permitía exigir transferencias de todo tipo sin límites. Una opción valiente de verdad habría desembocado en una federación de estados sin más opciones de negocio que el beneficio mutuo y con algunas obligaciones en la defensa, algo de infraestructuras y política internacional... desde luego sin esa pantomima de la monarquía.
Me repugnan, y me amparo en mi libertad de expresión, esas ideologías que encuentran en los símbolos la expresión de la diferencia. Ver a unos idiotas (en el sentido griego) colocando unas banderas en un balcón en Barcelona, como si mostraran una rivalidad deportiva, es una irresponsabilidad de la que no quiero ni pensar el castigo. Porque éstos que hablan en nombre de la raza, las patrias (que sean), las banderas o los himnos, como los creyentes acérrimos de las revelaciones, excluyen por definición a la parte de la Humanidad que no piensa como ellos, considera equivocados a todos los demás... y sólo generan violencia y antagonismos.
Yo entiendo al independentista que pretende, a través de la emancipación, reformar relaciones internacionales, reorganizar formas de gobierno, profundizar en la democracia, y lo hace sin prisas, con las leyes en la mano, firme pero sin excluir, sin dañar, sin enfrentar... me parece una opción digna; desde ese punto de vista, a la mierda España. Pero miro a los políticos catalanes y veo al PP, fábrica de generar independentistas, reproducido con Mas, Junqueras y Cía., creando antiespañoles al mismo ritmo que los otros anticatalanes. La misma maldad, a la mierda Cataluña. Una nación (o lo que sea) que tiene como fiesta el regalo de una rosa y un libro, debería enseñarnos mucho.
No sé si nos estamos percatando, pero este grupo jactanciosamente inculto que componemos está cayendo en las simplificaciones que polarizan los problemas en dos bandos. La izquierda es muy responsable de esto, porque lleva años anteponiendo la economía a la ciudadanía; la derecha más garrula está en su papel pero, admitámoslo con vergüenza, se basamenta en una mayoría social que mezcla lo rojigualda con los toros, la decencia con el catolicismo, la normalidad con el puterío y el deber con la sumisión.

Con verdadera pena, con asco incluso, no podemos sino certificar la resurrección de las dos Españas, y una hiela siempre el corazón.

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