Se
hace raro empezar un artículo igual sin repetirse, porque es la
realidad la que se itera. Es lunes, me leerá usted en un bar, quizá
café, afuera ese aire aún fresco de una mañana de verano que
amenaza con aplastar de calor y una picardía en los rincones que
tiene algo de lúbrico, tanta carne al aire y tan pocas ganas de
morir... Ayer hubo elecciones y este texto no sabe los resultados...
No
los sabe pero lleva toda la semana dando vuelta a esas conversaciones
de tono chulesco grabadas en el despacho de un Ministro entre el
titular y un tipo encargado de vigilar nuestras cuentas con Hacienda.
Verán, por mi educación católica tengo tendencia a la culpabilidad
y al menosprecio propio, ya saben que las religiones te destruyen
eliminando tu capacidad para vivir libre y feliz, negando la
realidad: esto da como resultado, en mi caso, que idealizo en exceso
la vida de los otros, de manera que una escritora, un músico, un
gran abogado o una persona de éxito cualquiera me parecen moverse
con parámetros que yo no alcanzo, ésos de arriba los imagino con
nivel, formación, conocimientos y vidas ejemplares... después
resulta que no, que la misma mierda que encuentra uno en los
arrabales flota en los intersticios de las alturas, sólo que la
suerte, el azar (maneras de nombrar la ignorancia) coloca a unos en
un lado y a los demás en otro. La distancia corta suele defraudar,
el gran personaje cae por su peso a la normalidad más estupidizante
y, salvo rara ocasión, las hay, no encuentra uno esa maestría que
podría encarrilar tan bien la vida propia.
Vamos,
resumiendo, que no abundan los grandes ideales sino la basura
cotidiana convertida en solemnidad, un poco de gomina o un ejercicio
de peluquería y ya es una o uno Autoridad. Quítame a éste,
promueve a aquélla, destrúyela o súbemelo, mi primo, mi cuñada,
los míos, ya sabes, los nuestros, y al final un ignorante de
pacotilla tiene en sus manos nuestro futuro y una responsabilidad que
no es capaz ni de calcular con ángel de la guarda incluido, y todo
diseñado para tragar por uebos.
Metafísico
estoy y mira que como. Cuento con que la naturaleza humana es dispar,
pero admitamos que hemos permitido que la mediocridad se imponga: el
desprecio a la cultura empós de la tradición, el ninguneo de la
razón a favor de la fe, el desprestigio del humanismo para apuntalar
la avaricia infantiloide como estado natural, estamos gobernados (y
no sólo en política) por una panda de farsantes que en su soledad
lo saben, gana la maldad garrula sobre los ideales. Yo prefiero vivir
en la utopía, sabiendo su imposibilidad pero moviéndome hacia ella,
para no dar todo por acabado, prefiero eso que ser un idiota realista
que desperdicia su vida hasta morir indignamente (recuerde: nada hay
después, y lo sabes). ¿Cómo estará yendo la mañana?
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