A
la retirada del Rey han seguido años muy duros; crisis crónica
agravada por un Estado en permanente recaudación con un solo fin:
financiar batallas políticas, con el pueblo fuera del objetivo del
beneficio. Una economía indiferente a la precariedad laboral y
salarial (cuando no aprovechada), en manos de banqueros con prácticas
cercanas a la usura o directamente lesivas para sus contribuyentes,
capaces de provocar quiebras de Estados. La honradez y el trabajo
convertidos en baldón, los cargos políticos como única plataforma
real para tener un futuro y ascender en el escalafón social y de la
riqueza. La consolidación del fanatismo religioso y populachero
provocado muchas veces por el propio poder político. Descenso de la
tasa de natalidad…
Esta
agorera descripción corresponde a una España, la de Cervantes, y
está hecha por el Catedrático de Literatura Javier Blasco en su
biografía del Manco (pp. 277): ¿no es exactamente la nuestra? Me
pregunto si vindicar el Quijote,
80 lustros después, tiene mucho sentido si ya nadie lo lee (hasta la
Academia publica una adaptación) y si la sociedad que parodió sigue
exactamente igual, incluidas corona, nobleza, iglesia y feudos,
porque Blasco propone, entre otras lecturas, a la locura de Alonso
Quijano como “alter ego” del contrarreformismo felipista, una
nación entera expoliada para mantener guerras que garantizaran la
salvación en el otro mundo del emperador católico y su pueblo
colaboracionista, expulsados ya todos los infieles.
Cuando
miro a esta tierra orgullosa del expolio americano, de la pérdida de
Cuba, nostálgica de imperio y riqueza me pregunto si el 98 acabó o
si seguimos emperrados en esa malincónica fecha. Usted dirá que los
escritores de hoy son más malos pero las librerías de viejo están
repletas de autores que entonces eran profesionales y vivieron de la
letra en su más amplio registro, hoy son basura estadística, por
tanto no hay diferencia.
Triste
España sin ventura; hay aquí sólo dos linajes, Tener y No-tener.
Pero aclara Blasco que Cervantes, frente a otros que no veían más
que lo que querían ver, pudo hacer esta composición satírica que
ha sobrevivido quizá porque, en el fondo, es un retrato eternamente
presente de la bondad y maldad humanas sin criticar la pasión, el
vicio y la culpa sino la estupidez, único pecado que merece castigo
(no cárcel, sino estudios).
Uno
se mueve con nuestro escritor de un extremo a otro, ¿héroe o
espía?, ¿sodomita traidor o esclavo del mal?, ¿funcionario o
corrupto?, ¿ciudadano o convicto?, ¿cristiano viejo o rufián de
las Cervantas?, ¿católico o erasmista? Uno mira esta España de
politicuchos, pobres hartos de comer y corrupción estructural, y en
los vicios Cervantinos ve la virtud, hijadalgo.
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