Ha
muerto Umberto Eco. En mi infancia intelectual, allá en los 80,
recuerdo una Huelva gris con apenas un destello en el Gran Teatro,
que entonces era serio (Glass, Badura-Skoda...), y un par de bares
donde ser maricón, consumir drogas, pintar o escribir y oír Bauhaus
habían sustituido felizmente a la calle Gran Capitán y el
Quitasueños. Tendría 15 ó 16 años cuando, espoleado por la
biblioteca del notario-poeta Manuel Fernández, compré en una Feria
del Libro Antiguo en la Plaza de las Monjas Obra
abierta
de
Umberto Eco.
Ese
libro cambió mi vida. Siempre he querido definir la Belleza, mis
esfuerzos literarios han ido por ahí. Eco sabía mucho de filosofía
medieval, sabía que los realistas la consideraban un
“trascendental”, una huella de Dios en la Tierra; Eco entendió
la oposición entre Predicantes y Mendicantes, su El
nombre de la rosa
fue un homenaje al gran filósofo franciscano William Occam, de
Baskerville, verdadero detonador del Renacimiento, y Eco quiso, como
él, definir la Belleza sin perder la trascendencia pero
arrebatándosela a Dios para la Razón.
Aprendí
lo básico: que autor, obra y espectador van por separado, que
ninguno es imprescindible, porque todo autor lanza unos dados cuyo
resultado desconoce siempre, la obra no es más que un trozo de la
naturaleza en un contexto cambiante y el espectador sólo puede verse
a sí mismo y encuentra lo que puede. El Arte está ahí perdido en
esa maraña de habitáculos estancos, saltando de uno a otro sin
solución. Aprendí que la apertura del objeto artístico es la que
le hace viajar por las épocas diferentes, ser clásica; que leemos
El
Quijote
hoy porque ya no es del Cervantes barroco, y que lo distinto del
siglo XX y sus vanguardias radica en ser conscientes de este vértigo,
por eso cualquier cosa puede ser Arte (sin menoscabo de las estafas)
dependiendo más del intérprete que del autor o la misma obra.
Amé
y leí a Joyce y su Ulises,
la música de Scelsi o Nono, de Ligeti o Berg, el conceptualismo de
John Cage o la pintura de Mark Rothko; entendí la abstracción,
quise ser vanguardista y luchar contra la reacción estética siempre
escudada en la técnica o lo establecido, sin justificación; aprendí
que el Arte está antes en la mirada del artista que en la ejecución,
y por eso una chorrada de Picasso es Arte y la tuya no...
No
ha muerto Umberto Eco porque es una Obra en Marcha, abierta. Leo
sobre su funeral laico, sobre si las Folías
de España
que sonaron eran las tempestuosas de Marin Marais o las espirituales
de Corelli, ambas igualmente bellas. Hoy, festivo 29 de febrero, me
siento europeo (literario), tomista, nominalista, dadaísta, un poco
Goya afrancesado, ilustrado, italiano (del Norte), me siento Machaut,
Joyce, Schnitzler, judaico Bashevis Singer, me siento JRJ con sus
poemas vivos, comparto la senda de la Cultura con Eco, y miré los
muros de la patria mía y no hallé cosa en que poner los ojos que no
fuese recuerdo de la muerte: ¿Andalucía? Ojalá.
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