martes, 16 de julio de 2013

Viajar

La sociedad occidental sigue siendo racista. Etnocéntrica. Viajamos. Nada más ofensivo que el turista disfrazado que te mira como quien ve un animalillo o un paisaje curioso. El avión es un ser maligno, demoníaco: ha cambiado la realidad, en una hora uno puede estar a 1.000 km. de su casa; antes identificábamos una provincia, un país, por lo que íbamos viendo en un camino, una carretera (qué estupidez, algo que en el planeta no llegaría ni a ser una marca...), ahora nos parece abarcable un mundo que podemos sobrevolar... sin conocerlo realmente. Entiendo el viaje burgués, del que tiene dinero y tiempo, o el del buscavidas, que se mueve de acá para allá cambiando de entorno; no entiendo el ansia de viajar de gente que no se ha buscado nunca a sí misma, ése sí que es un itinerario fascinante y soprendente. Proporciones: 8.000 m. de altura un avión, pónganlos en horizontal sobre la Península Ibérica y verán que es una distancia ridícula, pues levantenlo ahora a la vertical y verán que los aviones, vistos desde lejos (eso también es viajar), apenas se levantan de la Tierra, van casi raspando la superficie. Eso nos da una idea de lo que somos, nada, una mota de polvo. Engañada, muy engañada.

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