"BEATITUD", Huelva Información, 31-3-14
Asisto escamado al proceso de beatificación de Adolfo Suárez. Y conste que comparto casi todo lo bueno que se ha dicho sobre su papel histórico. Pero la hagiografía destroza estas figuras, convertidas en símbolos en boca de todos. Nadie puede creer que fuera tan grande sin contradicción, porque gobernó poco, tuvo que dimitir, fundar un par de partidos para ir a las elecciones y recibir el ninguneo público, salvo por interés, de la Monarquía, del Partido Popular que ahora lo eleva a los altares —suyos—, del PSOE que lo hundió y se lo apunta, de la prensa que le ignoró, etc.
Maquiavelo recomienda al príncipe identificar sus intereses con los del Estado; no importa que robe o manipule siempre que el resultado sea estabilidad y bienestar para la mayoría. Nadie se lo reprochará. La dictadura de Franco ha sido una de las más exitosas de la Historia; no sólo venció la guerra que provocó, sino que existió apoyada por su entorno y se hizo natural en una sociedad que terminó asumiendo sus valores. Nunca ha habido un juicio contra sus crímenes, ni siquiera histórico, porque cuando se esboza sigue siendo para muchos cosa de rojos. Elogiamos aquí a héroes de otros países que luchan por la libertad contra la opresión y olvidamos a quienes se arriesgaron en la clandestinidad contra una dictadura que detenía, torturaba, hacía desaparecer, fusilaba o daba garrote vil. Llamamos artífices de la Transición a los franquistas que supieron o quisieron ver los tiempos nuevos que convenían(les); aquí nadie perdió privilegios ni capitales espúreos, nadie pagó por sus crímenes y a todos se nos ha olvidado qué era el Movimiento —de Suárez— o el ejercicio omnímodo del dictador y su policía y su ejército, o el papel vergonzoso de una Iglesia que extendía certificados con valor civil incrustada hasta el tuétano en esos delitos. Los verdaderos héroes de la Transición fueron los opositores al Régimen que, callados, permitieron la continuidad de una nación avocada al enfrentamiento.
El conservadurismo no es una ideología consciente —salvo cuando se extrema— sino la falta de ella; o, si lo es, refleja la voluntad de no cambiar las circunstancias con la excusa de que lo conocido y lo pasado es mejor que lo porvenir. Es mucho más rentable reivindicar a un héroe mudo que explicar si podemos estar orgullosos de una sociedad que considera la marginalidad como fruto natural de la pelea por la vida, el que tiene vale y el que no que apechugue. Cuatro niños hermanos muertos por unas condiciones de vida deplorables son responsabilidad de unos padres fracasados... El Estado en sus cosas, protegiendo al Capital... para que podamos trabajar, dicen. ¡Ja!, como con Suárez, construyendo un discurso que justifique nuestras debilidades.
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