ENJUAGAR, Huelva Información, 27-10-14
Todo pasa. Recuerdo cuando niño el espectáculo de lodos morados y espumas marrones y verdes del polo, la orilla enferma que nos han hecho olvidar con paseos marítimos, más recuperada por la falta de rentabilidad y el cierre que por voluntad de políticos o empresas. La rareza, lo lunar o marciano, un cierto surrealismo en mi concepción de lo natural provienen de nuestra contaminación.
Paso con mi hijo Julio por la puerta de la Celulosa; el chiquillo se sorprende porque ve el cielo transparente, “Papá, no hay humo”, me dice, y yo le respondo que tampoco la pestilencia que fue seña de identidad; nadie olvida ese olor a col descompuesta que abrazaba pegajoso; aparte del chascarrillo fácil, fuimos objeto de rumores interesados, como esa tontería según la cual la Celulosa olía mal pero no contaminaba; yo viví unos años en San Juan, doy fe de que olía menos allí que en la entrada de Huelva, por ejemplo, pero los vapores mefíticos del pueblo y sus marismas nos hicieron asiduos de las urgencias con los niños, curados milagrosamente al huir a pleno campo kilómetros más allá.
Hay una cierta nostalgia en ver ese gigante de acero inmerso en una quietud que lo priva del miedo que antes inspiraba. Es triste pasar por la instalación sin el olor a eucalipto astillado, sin el trasiego de camiones soltando ramones de árboles transportados por carreteras que impedían adelantar y nos obligaban a ver el paisaje, sin el bullicio alrededor de la fábrica limitado hoy a un puticlub... metáfora quizá de nuestra España decadente.
Pero tampoco oculto una cierta alegría contenida, pensando en las generaciones nuevas que oirán lo de la peste como una memoria de viejos. Hay algo más que me extraña. Supongo que verían la atinada viñeta de Daniel Rosell en estas páginas, en la que Ence cumplía su preacuerdo dando una enorme patada a un obrero con el culo en pompa; yo tuve la misma sensación que él. Se me enfada un colega (cordialmente) porque me oye recriminar la actitud de los sindicatos en esta historia, pero es que todo huele a eructo industrial: ahí teníamos al PP del alcalde concesionario, al PSOE bicéfalo opositor o gobernante, a la IU de todo un Vicepresidente onubense, las CCOO o la UGT y otros, todo un maremágnum del que apenas en un mes brota un consenso tan unánime que da miedo.
Hace algún tiempo que los sindicatos han perdido el papel que tuvieron, y el prestigio. No merece la pena recordar por qué, y lo digo con dolor porque se me ve el plumero de lejos; yo entiendo, sé, que una negociación tiene un componente realista, pero ¿imaginan este cierre en la Bahía de Cádiz? No hay un sólo nombre en este conflicto que haya elevado el tono un decibelio, ¿todos contentos?, me alegro, pero a mí, aunque sólo sea por recordar aquella muerte anunciada de un operario disuelto en lejía (pregunten a los trabajadores en privado), todo esto me atufa a Celulosa.
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