UNA NOCHE EN LA ÓPERA, Huelva Información, 1-9-14
La gestión cultural de nuestros políticos es tirar el dinero. Sé lo que digo, porque he trabajado en ese ámbito y he visto la formación y el concepto de la Cultura que tienen, salvo honrosas excepciones. Es un ornamento, se trata de hacer cosas que gusten a la gente y justifiquen la actividad de un departamento considerado engorroso, inútil o apropiado para cargos con poca proyección o debutantes. Recortable.
Esto es peligroso, al final no hay otro objetivo más que la cantidad de público (invitado muchas veces), lo que lleva paulatinamente al empobrecimiento de lo ofrecido y además hace imposible la actividad privada en esos ámbitos, porque nadie va a competir con un ayuntamiento para vender una obra teatral o un concierto de música clásica; en lo público no hay pérdidas.
Tener un teatro en cada pueblo ha convertido estos edificios en salones de actos. Y la inexistencia de un programa, un vínculo entre la cultura y la enseñanza y la educación, una estructura que dé sentido al porqué se hacen las cosas, convierte la labor de las concejalías en anecdotarios más o menos afortunados. Y el clientelismo: hay todo un magma de artistas cuya competencia se mide en ser capaz de acercarse al que suelta la contrata, y eso no favorece tampoco la calidad y crea una red tutelada y agradecida que convierte los tópicos en hartazgo, Lorca o Juan Ramón deben retorcerse —vestido de gitana o cabalgando un burro— en sus mamblas.
Ejemplo que conozco de cerca: la Consejería de Cultura llama a un profesor para una actividad en un Instituto; la de Educación (que es la misma) prohíbe la asistencia salvo que pida un día sin sueldo, alegando que allí se cobra (absurdo porque después nombra al mismo para ir a un tribunal y le paga por todo). Un despacho de la Consejería hace sus estadísticas triunfantes de actividades culturales útiles y en un pasillo más allá tramita expedientes e inspecciones para evitar ¿qué?... En vez de valorar y estimular a esos enseñantes-artistas y aprovecharse de ellos en lo educativo: castigo. Esto es sólo un ejemplo. Apenas existen vínculos entre lo educativo y lo cultural, son
departamentos extraños entre sí dentro de la Junta de Andalucía, a no ser que interese la foto oportuna: e igual ocurre con los ayuntamientos o las diputaciones.
El error básico es pensar que hay un público potencial a quien interesa el producto cultural; en España hay más escritores que lectores, más pintores que público y más músicos que música. El público hay que construirlo y eso es lento y arduo, es cuestión de nivel cultural, enseñanza... Dispendiar una fortuna en óperas en la metrópolis bética, mientras no existe un circuito para las orquestas andaluzas vinculado a los centros educativos, es de nuevos ricos. Y así hemos vivido.
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