Ha
estado en Moguer, en la Fundación Z-JRJ y con el respaldo
institucional de la Diputación a través de la organización del 525
Aniversario, el poeta peruano Arturo Corcuera. No sé si agradecer al
público de Huelva y su provincia su indolencia ancestral, porque
actos como éste permanecen en el recuerdo casi como una cita
privada, familiar... Juan Ramón, sabio él, creía un insulto llamar
a los americanos de lengua española "hispanoamericanos",
porque hace mucho que lucharon por su independencia y dudar de su
mayoría de edad como sociedades es racismo, lo digo claro; él
prefería "americohispanos", porque hoy es más lo que nos
pueden aportar ellos que lo dado por nosotros, aunque sólo sea por
cantidad. Huelva, pero sobre todo Palos y Moguer, se regorjan con su
logorrea descubridora en un exceso que cualquier americano debería
despreciar como ridículo; Huelva debe aprender de una puñetera vez
que América es una oportunidad, no un orgullo patrio, toda esa
perversa reconstrucción de la "gesta" es una chorrada que
sólo sirve para engordar currículos de eruditos locales
intrascendentes y políticos ansiosos de eternidad que se saben
caducos. Huelva, y creo que su Diputación en particular, tiene la
obligación de convertir a esta tierra en un foro cultural para
Americohispania por el que pasen las editoriales, los escritores, los
artistas americanos, eso situaría nuestra provincia en el mapa
planetario, lo otro vendrá con más trabajo serio. Si en JRJ no se
invierte, lo americanista se limita a la colombofilia, y no me
refiero a los palomos.
Arturo
Corcuera es un hombre corito, pero grande de presencia; su pelo cano
y ralo a lo Liszt excede a la mirada, que mantiene en el recuerdo a
un tipo alto que no lo es, aunque gigante poeta. El tópico lo nomina
como mago de la palabra y pudimos percibir esa mancia entre olores a
jazmín, paredes encaladas y una madreselva que trasminaba a dama de
noche. Arturo perdió un papel y empezó lento, la edad le marca un
ritmo distinto, su fuelle es corto, apenas reguerillo, pero ventalle
de sabiduría; ahora lo pienso y ese papel se perdió queriendo,
porque todo retórico sabe que la ley es ir de lo menos a lo más y
al final de su lectura nadie recordaba la fragilidad. Su verbo suave
y cadencioso, rítmico y sibilante, emotivo y repleto de una ironía
finísima y amarga, llenó de luz la oscuridad en sonochada del patio
de la casa del Moguereño.
Sus
poemas tienen esa virtud de la depuración, de con casi nada decirlo
todo, pero cualquier aficionado al verso descubre en ellos una
orfebrería de ideas, de eufonía y cadencia que lo hacen poeta
singular y repleto de vida, porque todos sus textos son obras
completas y complejas de técnica, sin embargo no traslucen la
maquinaria.
Que
gran fiesta tener a Arturo Corcuera en Huelva, en Moguer, emocionado
con un JRJ que sigue siendo más apreciado allí que aquí, citando a
Derek Walcott, Julio Ramón Ribeyro, Carlos German Belli, Octavio
Paz... Ha sido una de esas citas históricas que alguien recordará
por escrito. Su verbo despacioso y risueño, su amabilidad, su
conocimiento de la realidad social, política y cultural española
(Rosi Andrino, compañera de vida, es del Barco de Ávila), todo hizo
de la noche del viernes un aparte en el tiempo. Hay que reeditar en
España ya su Noé
delirante,
por ejemplo, libro soberbio que lo pretende todo y casi lo consigue,
nada es perfecto. Oírle leer su "Tarzán y el Paraíso Perdido"
con voz quejumbrosa entre la lágrima y la carcajada, un Tarzán
derrumbado, destruido y vencido, es una lección de poesía que jamás
olvidaremos quienes estuvimos allí. Arturo Corcuera, acuérdate de
nosotros mirando el cielo de Lima y los chuparrosas inflamados...
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