TOLERANCIA, Huelva Información, 12-1-15
Soy una persona docente y mi alumno Guillem me espeta en clase: "Más peligroso que un loco es un loco estúpido". Hablábamos de los crímenes execrables en París contra nuestra libertad. Y el muchacho me da una lección y me demuestra que lo que hacemos los profesores, a pesar de los políticos, sirve para algo, que lo que hace la prensa tiene una finalidad, que la libertad es tan frágil que merecería más protección...
La idea de la libertad es cristiana; el Mundo Clásico fue ajeno a ella. Se inventa para justificar cómo puede un ser creado pecar contra su Dios omnipotente; claro, la religión nunca le sacó provecho, porque sus intelectuales siempre han sido conscientes de que es imposible ser libre si Dios existe, es contradictorio, si hay Dios no podemos ser libres (eso sería menoscabo de su perfección esencial). Como descripción del estado feliz de una conciencia que se atiene a sus razonamientos, la libertad ha sido un jugoso acicate para seguir siendo humanos, la zanahoria para nuestra alma de burros.
El mismo día oigo a don Luis Arroyo, de la UHU, hablando por la radio precisando que el fanatismo proviene de una mala interpretación de lo que la creencia es. Respeto su magisterio pero me resulta inaceptable esta pirueta encaminada a exonerar de culpas a las religiones. ¿No es ya una forma de fanatismo pretender una conexión con la divinidad que nos indique cuál es la interpretación correcta del mensaje? Es un discurso políticamente correcto e interesado, pero en tiempos de vacío y horror queremos más, queremos consecuencia y solución.
La fe abre la puerta para que cualquier iluminado se interprete a sí mismo como depositario de la verdad; ¿por qué es más verdad divina la del pacífico que la del guerrero santo? Esa espita no se la puede permitir una sociedad democrática y libre. Nuestro Gobierno hace gala de su cristianismo "sin complejos"; no es un buen modelo. Escribo esto y pienso en mi hijo pequeño que me pide que no lo haga, tiene miedo; lo peor es la autocensura, victoria de las tinieblas. No existen mechas que no deban ser encendidas, nada hay que no deba ser dicho, el problema está en el asesino no en la libertad.
En estos tiempos sin compromiso alguien debe atreverse a decir lo que pensamos: los Estados de Derecho deben luchar por la privacidad de las creencias. La Enseñanza debería cumplir esa labor, porque si no estaremos favoreciendo que los locos tengan, además, tal grado de estupidez que se puedan entender como brazo ejecutor de alguna voluntad celestial. Con la libertad no se juega, echo de menos este compromiso en la prensa: todos los periódicos del mundo deberían haber publicado una portada unánime con las viñetas objeto de la polémica, porque sin tener por qué coincidir con el acierto o no de las mismas: la tolerancia es oír lo que uno no quiere oír, y se demuestra andando.
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