ROCÍO, Huelva Información, 13-4-15
El binomio Tradición-Cultura presenta dos polos antagónicos que han sido una parte trascendental de la dinámica social. La tradición no se elige, se hereda; es la Cultura la que nos permite sobrevolar estos cromosomas sociales, y por eso cambian las sociedades y las costumbres se transforman. Cortar clítoris es un atavismo de determinados grupos sociales, sólo la educación y el tiempo alterará ese "hermoso" hábito.
Nuestros políticos, llevados por un popularismo mal entendido, confunden ambos conceptos y eso es un flaco favor para el pueblo que tanto dicen respetar. Porque la catedrática oye a Bach; el ministro lee a Góngora; la investigadora viaja al Hermitage a ver impresionismo francés; y el notario admira por las tardes su biblioteca de primeras ediciones; y a veces visitan los pueblos andaluces para ver la hermosura de nuestras fiestas y costumbres, a comer nuestras comidas tradicionales y a admirar nuestra fe más infantiloide llena de figuritas, santos propiciadores, promesas y exvotos.
Nada hay más clasista y reaccionario que esta concepción aparentemente permeable de la Cultura que, en realidad, marca claramente territorios desiguales; porque la gente que conforma las tradiciones no puede acceder a la cultura superior, mientras los otros pueden transitar de uno a otro terreno según sus voluntades. Sí, he dicho superior, porque en el conocimiento hay una gradación que tiene que ver con la complejidad y la formación, ¿o es igual un curandero que una neurocirujana? ¿Es lo mismo Melendi que Bruckner? ¿Las historias de la abuela que Unamuno? La persona culta debe tener el compromiso de atraer al conocimiento a quien ignora, no seamos cínicos: ninguno de los que disfrutamos de este privilegio nos cambiaríamos por alguien que ignora todo. Qué egoísmo más ramplón, aprovechándonos de quienes no pueden darse cuenta de su tragedia. No creo que haya que dar más explicaciones.
Respetar la tradición es saber su función social, aglutinante de la estabilidad, conservadora; promoverla es inmovilismo, a veces es prolongar la mano oscurantista de la sumisión, del prejuicio, del patrioterismo más tontaina, es dejarse ocupar la libertad con los fantasmas de la "normalidad" y lo que Dios manda. La obligación del Estado debería ser velar por la legalidad y los derechos. No hay que pelear contra las tradiciones, no podríamos ni querríamos negar la emotividad que comportan; una Educación seria y bien diseñada es suficiente para que la sociedad cambie como cualquier organismo vivo; ser progresista tiene un baluarte esencial en la lucha por la igualdad de oportunidades en el acceso al conocimiento, porque libera y da placeres, hace una vida más digna; sin duda, nos hace falta un nuevo rocío que nos renueve cada mañana.
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