U.T.E., Huelva Información, 27-4-15
Una sociedad que ha perdido la ilusión por el cambio, que se considera a sí misma acabada y definitiva, una sociedad que se define por su estabilidad y que no aspira a la solución de sus problemas sino que los asume como naturales, es por definición conservadora.
Vienen a mi instituto unos presos de la Unidad Terapéutica y Educativa de la prisión de Huelva. En sus historias aparecen padres politoxicomanos y maltratadores, deshaucios, pisos sin electricidad, infancias marcadas por la decepción y la falta de autoridad, torturas físicas y mentales en centros de menores, abandonos, muertes por sobredosis o agresiones, traiciones, adicciones, mentes volubles en las manos de una maldad ubicua que nadie parece percibir. Resuenan nombres como las Tresmil, los Pajaritos, el Torrejón...
Veo con impotencia el eco de unas experiencias terroríficas, envueltas con violencia y paranoia, pero veo también el ansia de poder vivir en unos presos que, en su mayoría, traspasan escasamente los veinte años. Tengo una sensación contradictoria de absoluta fragilidad, ante unas personas que parecen buscar con la mirada sólo la aprobación y el afecto no recibidos, y de estupor ante la estela de dolor y sufrimientos causados; uno lo dice contundente, "Yo he delinquido y pago, pero mis hijas no, y también pagan"...
Detrás y delante de estos condenados está el dolor. No voy a caer en el victimismo de justificar las causas del delito; yo no creo en las penas temporales, la cárcel sólo debería tener el objetivo de la rehabilitación, lo que significa que uno no sale hasta que deja de ser un peligro para la sociedad y para sí mismo. Piensen lo que he dicho, porque no es demagógico y es una propuesta extremadamente dura. La regularidad puede ser un objetivo inalcanzable; ése es el esfuerzo. Pero requiere un vuelco en la inversión y todo sería inútil sin unos servicios sociales que realmente pudieran disponer para evitar en su origen el problema. Porque todo lo que he dicho al principio ocurre en nuestra moderna y rica sociedad, que permite la existencia de focos de podredumbre asumiéndolos como parte connatural de nosotros mismos, garantizando a algunos de nuestros chiquillos un porvenir adorable de drogas, armas y violencia extrema, porque les ha tocado en esta loto liberal.
Una sociedad viva trabaja por evitar estos focos de perversión, no se puede, en nombre de una libertad de mentira, dejar a niños inocentes padecer la locura de sus padres. Cada céntimo gastado en esos lugares debe traducirse en una oportunidad para la dignidad, no es respeto dejar al desgraciado serlo, insisto en mi tesis de Cultura y Consecuencia, cuando hacemos eso bajo el paraguas de la "diversidad" somos racistas, porque ningún concejal metería allí a su hijo, ni nosotros. Menos Recre, menos Rocío, menos Carnavales, menos Semana Santa, menos rotondas, menos demagogia... y más trabajar por el futuro.
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